jueves, 5 de abril de 2007

CAPRI QUE ESTÁS EN LOS CIELOS. ¿ME RECIBES?


Capri fue un humorista por el cual profeso una gran simpatía, me encantaría hablar (escribir) sobre él. Últimamente como no me concentro para escribir y, además, como lo hago de puta pena, rescato este artículo escrito por Andreu Buenafuente que homenajea a uno de los maestros del monólogo.

Joan Capri con un jovencísimo J.M. Serrat y S.Escamilla

Esta semana, mi corazón me empuja para que escriba sobre Capri y yo me dejo llevar. Faltaría más. Es un gustazo hablar del maestro del humor y del teatro o de las dos cosas a la vez. Hace unos días que se ha marchado para siempre, despojándose de un cuerpo de anciano y convirtiéndose en leyenda. Sí, ya lo sé. Ya nos está saliendo el ramalazo reflejo del homenaje al ausente. Las alabanzas a granel, justo cuando el que las recibe no podrá oírlas. Pero bueno, esta es la historia de siempre y, qué quieren que les diga, en el caso de Capri, vale la pena seguir la tradición porque el hombre se la merece. La muerte de Capri me pilló trabajando en La Molina y esto confirma la teoría de mi amigo Ramón, según la cual las malas noticias tienen una misteriosa tendencia a acumularse en el fin de semana.
Yo quiero recordar al Capri-espectáculo. Voy a pasar por alto al Capri-depresivo, raro o conflictivo, porque me parece una falta de respeto que nos pongamos a hurgar en su psicología precisamente ahora o que juguemos a psiquiatras para entender por qué a este hombre no le gustaba vivir y solo era feliz actuando. Sus motivos tendría. En cualquier caso, su carácter se filtró en su estilo y el famoso sarcasmo que sus personajes y sus monólogos sacaron a relucir sonaba de lo más auténtico. Un humorista encantado de la vida sería la cosa más tonta del mundo. Los cómicos estamos obligados a comunicar nuestra interpretación crítica de las cosas y, ya de paso, a decir lo que todo el mundo piensa pero no todos pueden expresar. Debemos tocar un poco los “huevecillos” de la sociedad burguesa y apoltronada. Ni que sea por la higiene mental colectiva. Capri era un genio porque hacía lo mismo que los otros actores, pero lo hacía mejor. En una escena compartida, la mirada se desviaba inevitablemente hacia nuestro hombre hasta que, finalmente, sus compañeros se convirtieron en gregarios a su servicio. Él era el centro y referencia. Solo con salir a escena, la gente ya empezaba a reír. ¿Saben lo que cuesta eso? Pues cuesta muchísimo, y sé de qué hablo.
Una de mis mayores frustraciones ha sido no poder verle trabajar en directo y disfrutar de sus silencios, sus improvisaciones y sus trucos escénicos. Un servidor es bastante mitómano, o sea que me hubiera puesto las botas contemplando a Capri.
Debo conformarme con el recuerdo imborrable del Doctor Caparrós de los primeros ochenta, donde, según los que ya le conocían, no era el gran Capri de épocas anteriores. A pesar de eso, aquél médico con sorna y que nunca sonreía fue una revelación para mí, y en el interior de mi limitado criterio humorístico algo me decía que aquel señor era único e irrepetible. Por aquel entonces, mi padre ya me recalcó que era el mejor cómico que él había visto y mi padre era un experto en esto de la coña. Los padres casi siempre tienen razón. ¿Saben cuál es el mejor elogio que me han hecho jamás? Me lo transmitió Manolo, el hijo de Capri: “Dice mi padre que si le quedaran ganas de reír, lo haría contigo”. Muchas noches, antes de empezar un monólogo, pienso en esas palabras y salgo más tranquilo. Gracias, Capri.


Andreu Buenafuente

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