jueves, 9 de junio de 2011

Doctores tiene la Academia. Ian Gibson.

El birrete de un doctor puede encubrir el cráneo de un imbécil”, escribió Antonio Machado. Añadamos: o de un hipócrita, o de un pícaro, o de un embustero, o de un sádico, o de un mentiroso…
¿Quién miente –o tiene amnesia crónica– en la Real Academia de la Historia? ¿Su director, Gonzalo Anes, o Luis Suárez, el autor de la entrada sobre Franco en el ya célebre Diccionario Biográfico? Anes ha dicho que Suárez se ofreció a redactarla. Este lo ha negado: “No pedí hacer el artículo, fue un encargo. La comisión de la RAH lo revisó. Si hubieran estado en desacuerdo, no lo habrían publicado”. ¿En qué quedamos?
Anes, desde luego, se las trae. Ha manifestado que “la labor de censura no se ejerce en esta casa” y que no leyó dicha entrada, fiándose de la objetividad de Suárez. ¡La objetividad de un señor con un historial franquista como el suyo! Que Anes niegue cualquier responsabilidad personal o de la RAH por lo ocurrido es grotesco, y más a la vista del Convenio firmado en 1999 entre esta y el Ministerio de Educación, según el cual las voces deberían “dar una versión ecuánime” de los biografiados e incluir “los elogios y críticas que pudieran haber suscitado”.
No basta que nos diga ahora que todo se podrá rectificar en la versión digital. El daño está hecho: daño a la verdad histórica, daño a las víctimas del franquismo, daño a la gran mayoría de los demás colaboradores, daño al país.
Si le queda algo de autorrespeto debajo del birrete, Anes debe pedir disculpas. Y dimitir.


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