martes, 8 de enero de 2013

El sonambulismo es un humanismo Rafael Pérez Gay

 Sacado de http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulov2print&Article=267786

Los sonámbulos son gente trabajadora y confiable. Por este raro privilegio sólo ellos conocen esa tierra de nadie que se desprende de la provincia de los sueños. Me refiero a los verdaderos sonámbulos, a esos que se fugan de la cama y hay que ir a buscarlos a la cocina porque se sienten cocineros de un famoso restaurante francés, a esos que perfectamente dormidos son capaces de comerse un bimbuñuelo a las cuatro y media de la mañana. Un buen sonámbulo nunca se despierta con carita desamparada y dice: -¿Dónde estoy? ¿Quién me trajo hasta aquí?

No. Los sonámbulos de verdad saben muy bien como llegaron al lugar en el que los sorprende la vigilia, y no les importa asustar a toda la familia, ni despertarse subidos en una silla con su piyama capitaneando un barco mercante rumbo al peligro de alguna costa inverosímil. Así que a un sonámbulo que se respete no hay que decirle: -Buenas noches, hasta mañana, que descanses.

Sino: -¿Y a dónde vas hoy en la noche?

Y si es un gran sonámbulo dirá algo como esto: -Voy a mi infancia a arreglar un asuntito que tengo pendiente; o bien, después de llevar ese cargamento de nitroglicerina, caminaré por un desierto calcinante.

Y puede uno estar seguro de que si es un gran sonámbulo, en la madrugada se le verá sentado en su cama, al volante de un camión del peligro -como el de El Salario del Miedo- y sabrá dar saltitos por el terreno irregular, agreste, selvático, feroz; luego, por supuesto, se le verá arrastrándose por el comedor de su casa pidiendo un poco de agua y sacando de la alfombra un poco de humedad para los labios quemados por el sol. Esta última imagen no es la mejor para un gran sonámbulo, pero la grandeza no tiene por qué ser siempre tan heroica. Bien visto, los sonámbulos protestan contra la vida, se rebelan ante el hecho terrible de que los sueños nunca se realicen. Por lo mismo, pese a lo que digan los dormilones simples, un sonámbulo es siempre un humanista respetable.

 Pero hay hombres favorecidos por sus sueños, como diría José Bianco. Por eso puede producirse, una sola vez en la vida, la felicidad de un mitin de sonámbulos, como pasó la noche de hace muchos años. En mi sueño caminaba por una delgada cornisa a muchos metros de altura. Según se pudo reconstruir la escena después, me paré en una orilla de la cama y avancé con pasitos de gallo, gallina. Mi hermano compartía entonces el cuarto conmigo y cierta proclividad al sonambulismo. Esa noche daba saltitos en su cama sobre las migajas de unas ocho o nueve barritas de fruta Marinela que se había comido antes de dormirse. Cuando me vio, por supuesto estaba tan dormido como yo, gritó aterrado. Y después del grito, efectivamente, me caí por ese acantilado emitiendo el grito natural de quien se cae. Pero el asunto no paró ahí. Mi padre se levantó, dormido también, y dijo: -Estamos todos locos.

Tenía razón. A quién se le ocurre caminar por un acantilado a las tres de la mañana sin equipo de alpinismo. Mientras tanto, mi hermana Guadalupe se quejaba, totalmente dormida, como si la torturaran en una mazmorra. A la mañana siguiente, en la mesa del desayuno, todos nos ocultábamos detrás de los periódicos como si leyéramos la noticia del siglo. Nadie mencionó la palabra Freud ni, mucho menos, diván; sólo leímos nuestros periódicos como si trabajáramos en la Hemeroteca Nacional.

Ese fue el día en que el Tío Luis propuso sin saber una paradoja interesante. Meto aquí al tío Luis porque ese día se celebraba una comida en su casa del Pedregal de San Angel. Y el Tío Luis siempre pensó que esta parte de la familia era una tribu de desquiciados mentales. Y aquí surge la paradoja interesante por la que el mismísimo Zenón de Elea habría dado la vida: si el Tío Luis, que jugaba golf y acaparaba unas quinientas camisas en su vestidor, tenía razón, las cosas en el mundo debían andar muy mal, pues además de jugar golf y acaparar camisas sería un freudiano nato y asombroso. Pero peor que las cosas andaba yo, que caminaba por acantilados a las tres de la mañana sin traje de alpinismo. Tiempo después cada que alguien proponía el asunto misterioso del sueño, o las pesadillas o el insomnio, yo decía: -No sé, habría que preguntarle al tío Luis.

Para explicar aquel problema sin solución luego recurrí a la ciencia. Entonces supe de una teoría que explicaba el sonambulismo por medio de los movimientos lunares. Eso era perfecto porque, además de ser humanistas respetables, los sonámbulos resultaban shakespearianos naturales. En Otelo estaba clarísimo el asunto:

La luna es la culpable de todo esto.

Se acerca a la tierra mucho más de lo que debe,

Y vuelve locos a los hombres.

Pero los sonámbulos también padecen de soledad. Por eso, cuando inicio alguna misión en la madrugada extraño todavía aquellos mítines. Por todo esto, un buen sonámbulo, humanista y shakespeariano -según la demostración anterior- extraña a sus sonámbulos, como se extrañan los amores hermosos malogrados por los sueños.

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